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Día Internacional de la Visibilidad Transgénero

Día Internacional de la Visibilidad Transgénero

Por décadas, la población trans ha enfrentado obstáculos sistemáticos, viviendo entre la exclusión y la lucha incesante por derechos básicos.

Después de incontables vidas arrebatadas por el odio, la intolerancia y la negligencia institucional, algunas conquistas han sido arrancadas a duras penas: el derecho al nombre social, el acceso a ambulatorios especializados en el Sistema Único de Salud (SUS) y el reconocimiento legal de la identidad de género. Pero, si esto es estar en lo peor, ¿qué significa "estar bien"? La realidad sigue siendo alarmante.

La población trans sigue marginada en todos los aspectos de la vida social. El acceso a la educación sigue siendo un privilegio para pocos; la deserción escolar entre personas trans es altísima, reflejo del ambiente hostil en las escuelas y de la falta de apoyo institucional. En el mercado laboral, la precarización es la norma, y la prostitución se convierte muchas veces en la única alternativa ante la transfobia estructural que impide el acceso al empleo formal. El acceso a la salud, aunque reconocido como un derecho, está atravesado por burocracias y por la falta de preparación de muchos profesionales, transformando la atención médica en otro espacio de violencia. En cuanto a la seguridad pública, el panorama es aún más cruel: Brasil sigue encabezando la lista de asesinatos de personas trans, con cifras que denuncian una sociedad que se niega a garantizar el derecho más básico de todos – la vida.

La lucha por visibilidad y derechos ha sido impulsada por diversas figuras históricas y contemporáneas. En Brasil, nombres como João W. Nery, el primer hombre trans en someterse a una cirugía de reasignación de sexo en el país, y Ariadna Arantes, la primera mujer trans en participar en un reality show nacional en cadena abierta, han allanado el camino para que otras existencias trans sean reconocidas. A nivel internacional, figuras como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera fueron esenciales en los levantamientos de Stonewall y en la organización de la resistencia trans en Estados Unidos, demostrando que la lucha trans siempre ha estado en la primera línea de batalla por los derechos LGBTQIAPN+.

Sin embargo, incluso dentro de las discusiones progresistas, las personas trans siguen enfrentando lo que Michel Foucault ya había descrito: "En una sociedad en la que los elementos principales ya no son la comunidad y la vida pública, sino los individuos privados por un lado y el Estado por otro, las relaciones solo pueden ser reguladas de una forma exactamente inversa al espectáculo". Él señala cómo los discursos de poder moldean y controlan las identidades, y este mecanismo se aplica directamente a la experiencia trans. El Estado, al conceder derechos de forma fragmentada y condicional, mantiene un control sobre los cuerpos disidentes. La regulación de las identidades trans a través de procesos médicos y jurídicos no solo limita la autonomía sobre sus propios cuerpos, sino que también somete estas existencias a un reconocimiento que nunca es pleno, siempre dependiente de las engranajes normativas de la sociedad cisheteronormativa.

Berenice Bento, en “O que é Transexualidade?”, también problematiza esta regulación identitaria, evidenciando cómo el sistema se aprovecha de las vidas trans para lucrar, ya sea a través de la industria médica y farmacéutica que monetiza sus procesos de transición, o mediante el fetichismo y el consumo de sus imágenes en los medios y en la cultura pop. El capitalismo, que se sostiene en la explotación de las diferencias y en la marginación de las minorías, instrumentaliza las existencias trans: al mismo tiempo que obtiene beneficios de productos y servicios dirigidos a esta población, sigue negándoles condiciones de vida dignas.

La lucha trans es una lucha contra un sistema que se alimenta de la desigualdad. La verdadera inclusión no puede medirse solo por la presencia de personas trans en espacios de poder o por la concesión de derechos dispersos. Es necesario cuestionar la propia estructura que mantiene la transfobia como un engranaje funcional del capitalismo, convirtiendo a los cuerpos trans en desechables para la sociedad, pero rentables para sus mercados. La visibilidad, sin transformación real, puede ser solo una nueva forma de control. La comunidad trans, por lo tanto, no puede conformarse con migajas: necesita ser radical, colectiva y emancipatoria.

Por Dandara Lima

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